Información general

Descripción
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El acto de dormir se denomina sueño. La ausencia total de sueño, durante un tiempo prolongado, es incompatible con la vida. Aunque no se ha llegado a un consenso sobre la finalidad del sueño, han sido propuestas varias hipótesis, no exclusivas, para explicar su finalidad: conservación de energía, termorregulación del cerebro, desintoxicación cerebral y restauración de los tejidos. Otras hipótesis proponen que los periodos de sueño permiten la plasticidad cerebral y favorecen el aprendizaje y la memoria.

 

El hábito de dormir y descansar comprende no sólo los factores fisiológicos sino los psicológicos y culturales, que modulan los comportamientos y actitudes individuales y grupales, para lograr la restauración del desgaste físico, intelectual y emocional sufrido durante el periodo de vigilia. Por tanto, abarca el conjunto de acciones voluntarias que una persona realiza para disminuir el nivel de atención y rendimiento, derivado de las repuestas exigidas por los estímulos de su entorno. Esto se logra con acciones que disminuyen la alerta y facilitan la inactividad, la relajación y el reposo, e incluso el sueño. Al hablar de acciones voluntarias nos referimos tanto a las que se hacen de una manera consciente como a aquéllas que se llevan a cabo de manera automática y que han sido moduladas por el aprendizaje, pero que finalmente son controladas por la voluntad.

Las acciones adecuadas de dormir y descansar contribuyen a la buena calidad del sueño, lo que, a su vez, redunda en el mantenimiento de las funciones fisiológicas, psicológicas y sociales durante la vigilia.

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Capacidades biofisiológicas y psicológicas
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La persona tiene dos modos alternantes de existencia: el estado de sueño y el estado de vigilia, que están gobernados por sistemas neuroquímicos y factores ambientales, como la luz del día (por ejemplo, la producción de melatonina, que es una neurohormona que induce el sueño, es estimulada por la oscuridad e inhibida por la luz). El sueño y la vigilia responden a ritmos organizados, en periodos de 24 horas, por sistemas que generan activamente el sueño, y los procesos relacionados con él, y por otros que provocan el estado de vigilia: son los llamados ritmos circadianos, que son diferentes en cada persona. Algunas personas son capaces de iniciar el sueño muy tarde en la noche, entre las 2 h y las 3 h de la madrugada, por lo que su hora de despertar también se retrasa. Es por eso que, si sus obligaciones les exigen despertarse pronto, presentan somnolencia diurna. En cambio, otras personas pueden tener un adelanto en la hora de comienzo del sueño, manifestada por la aparición de somnolencia en las últimas horas de la tarde y un despertar muy temprano.

 

Gracias a la electrofisiología, se han podido diferenciar dos tipos de sueño: el NREM y el REM. El sueño NREM (Non Rapid Eye Movement) se caracteriza por una baja actividad cerebral, una ralentización general de las funciones fisiológicas y una profunda relajación muscular. El sueño REM (Rapid Eye Movement), también denominado paradójico, se manifiesta por la actividad cerebral, ensoñaciones, cambios de las funciones fisiológicas y movimientos musculares.

Para dormir hay que llevar a cabo algunas acciones que inducen el sueño, como la relajación, que posteriormente inducen el sueño. La relajación se ve favorecida por el cansancio que durante la vigilia se va acumulando con la suma de actividad física, mental y emocional. Este cansancio potencia una inhibición de la percepción de los estímulos en los órganos de los sentidos. Al mismo tiempo, la persona cesa de realizar movimientos voluntarios y se sume en un estado de relajación. Sin embargo, datos experimentales indican que el aumento de la actividad física o emocional en la vigilia no siempre produce un aumento del sueño; por el contrario, en ocasiones, cuando el grado de actividad es muy alto, se produce una activación del estado de vigilia permanente que impide la relajación. Por tanto, si se dosifica la energía y se mejora la manera de afrontar las emociones, se facilitará la relajación y se mejorará la inducción del sueño, que será más reparador.

El estado de relajación necesario puede ser facilitado o alterado por elementos del entorno que influyen en la sensación de confort y seguridad de la persona. La ausencia de estímulos intensos o repentinos, como ruidos, luces, humedad, dolor, hambre, frío o calor, es esencial para disponer de un ambiente confortable que favorezca la inducción del sueño. Sin embargo, algunas personas pueden estar acostumbradas a ciertos estímulos sensoriales monótonos y rítmicos, ya sean cutáneos, cinestésicos (relacionados con el movimiento), auditivos o visuales, cuya presencia les ayuda a conciliar el sueño de manera más rápida.

La postura es otro elemento que condiciona la relajación. Normalmente, la postura que se adopta para dormir se aprende durante la infancia. Cuando, por determinadas circunstancias, la persona no puede adoptar la postura habitual, es posible que no se alcance el nivel de relajación suficiente para conciliar el sueño y dormir bien.

La fase de relajación da paso a la inducción del sueño, etapa de transición en la cual la persona pasa del estado de vigilia al de sueño y se sume en la inconsciencia, de la que puede ser despertada por estímulos sensoriales. Esta etapa se inicia con el sueño NREM (Non Rapid Eye Movement), también llamado sueño lento, porque la mayoría de las funciones fisiológicas se desaceleran durante este periodo. El grado de inconsciencia aumenta y el nivel de relajación progresa hasta alcanzar el sueño reposado y profundo (fase III y IV), del que es difícil despertar. Esta etapa se caracteriza por una reducción del tono muscular esquelético y una menor actividad simpática, que se traduce en una frecuencia arterial y cardiaca más bajas, una disminución del metabolismo basal, de la presión arterial y de la frecuencia respiratoria. Este sueño se ha considerado importante, ya que es la etapa en la que la persona descansa y se inhibe la producción de hormonas de estrés (cortisol y adrenalina).

La inducción del sueño puede bloquearse por el deseo de no querer dormir, siempre que la persona esté conectada con estímulos sensoriales y pueda sobreponerse a la fatiga. Por el contrario, una persona que no recibe estímulos para permanecer despierta tiene más facilidad para desconectar del entorno y acabar somnolienta.

Estas fases de sueño profundo o relajado se combinan con el sueño denominado REM (Rapid Eye Movement). Durante este tipo de sueño, afloran las ensoñaciones o sueños. Esta actividad cerebral provoca frecuencia cardiaca y respiratoria irregular y movimientos musculares involuntarios. Los sueños pueden permitir drenar las experiencias vividas, revisar los asuntos del día, procesar y almacenar la información obtenida durante la vigilia. Gracias a esta fase del sueño, la persona gana perspectiva sobre los problemas e incluso puede llegar a resolver algunos de ellos. Se piensa que el sueño REM restaura el equilibrio mental en lo referente al aprendizaje, la adaptación psicológica y la memoria.

El tiempo empleado en el sueño profundo y relajado (NREM, fases III y IV) y en el sueño con actividad cerebral (REM) varía a lo largo de la noche. Cuando la persona inicia el sueño y está cansada, permanece más tiempo en las fases de sueño profundo (NREM, fases III y IV) y, a medida que transcurren las horas y se consigue el descanso, las fases de sueño REM son más frecuentes. Si la persona inicia el sueño con agitación emocional, durante la noche estará más tiempo en sueño REM (ensoñaciones) que en sueño NREM, por lo que se levantará cansada.

Reposar y dormir

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Aspectos socioculturales
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1. Iluminación artificial, 2. Nuevos estilos de vida, 3. Valor del dormir y descansar.
 
Los hábitos de dormir han sufrido cambios en el último siglo. Según indican los expertos, la tendencia a dormir cada vez menos es propia de las sociedades industrializadas. La introducción de la luz eléctrica en las casas, el paso de la sociedad rural a la industrializada, y el incremento y la diversificación de actividades han comportado una serie de cambios en la vida de las personas, de modo que se estima que hoy se duerme como mínimo dos horas diarias menos que hace 100 años.

 

1. Iluminación artificial.

La iluminación artificial permite realizar actividades en horas en las que antaño habría sido imposible por falta de luz. Algunos autores asocian el frenético ritmo de la sociedad actual con el invento de Edison, que invita a permanecer despiertos más de lo necesario. Algunas estadísticas alertan sobre un descenso del 30 % en la fracción de población que duerme más de ocho horas por la noche. Sin embargo, otros autores interpretan que esta disminución obedece a un cambio adaptativo que ha llevado a la población a dormir menos pero más profundamente.

 


2. Nuevos estilos de vida.

La respuesta a las exigencias familiares, laborales y sociales conlleva un incremento de actividad. Al mismo tiempo, en los nuevos estilos de vida es habitual el consumo de ciertas sustancias excitantes que alargan la vigilia o afectan el sueño. Cuando se toma alcohol antes de acostarse, puede que, en una primera etapa, el sueño se inicie con más facilidad, pero, ingerida en exceso, esta sustancia produce alteraciones en el sueño REM e interfiere en la calidad del sueño. La nicotina es otra droga que interfiere en el sueño. Los fumadores tienden a levantarse más temprano debido a la falta de nicotina.

La cafeína es otro estimulante del cerebro que en algunas personas interfiere la inducción del sueño y provoca despertares frecuentes, con lo que reduce el tiempo total de sueño. Asimismo, el cacao, las colas y el té también dificultan conciliar el sueño. A veces, a esta gama de sustancias se suman otras, como las anfetaminas, que también provocan una excitación del centro de vigilia.

 


3. Valor del dormir y descansar.

En nombre del progreso y la productividad, la sociedad actual ha alterado sus ritmos de sueño. A pesar de eso, hoy día está adquiriendo más valor la cultura del descano, aunque no se presta suficiente atención a la promoción de los buenos hábitos para dormir, tan importantes para que la persona recupere la energía necesaria para seguir interaccionando con su entorno. En este sentido, se han creado una gran variedad de servicios que ofertan descanso y relajación, a la vez que, paradójicamente, hay una exigencia mayor de la actividad laboral, académica, familiar y doméstica que hace alargar la jornada, de manera que se dilata el tiempo de vigilia y se acortan las horas de sueño.

Cada vez se está más sujeto a ritmos y planificaciones horarias que llevan a muchas personas a hacer caso omiso de sus necesidades naturales de sueño. Es necesario tomar conciencia de que vivir en sincronía con los ciclos de 24 horas, de luz y oscuridad, respondiendo al funcionamiento de los sistemas activadores del sueño, favorece un funcionamiento fisiológico y psicológico equilibrado.

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Condiciones ambientales
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Actualmente, el crecimiento y el desarrollo de las sociedades industrializadas ha generado unos servicios que, consecuentemente, han incrementando la actividad nocturna. Ésta provoca un aumento de estímulos ambientales, auditivos y visuales, como iluminación artificial, ruido de tráfico, música de establecimientos, vehículos de limpieza o alarmas, que pueden afectar la conciliación del sueño de una parte importante de la población.

 

Por otra parte, los adelantos tecnológicos han comportado cambios en los hábitos de las personas, tales como ver la televisión, que, junto a otros aparatos electrónicos, puede producir en las personas una alta estimulación visual y auditiva, y condicionar negativamente la relajación y la inducción del sueño.

 

Todos estos estímulos nocturnos predisponen a la persona a excitar su sistema nervioso, con lo que alarga el estado de vigilia. Así, por ejemplo, si se repite durante un tiempo una exposición repentina a la luz en mitad de la noche, puede que se reprograme su reloj biológico, de modo que se altere significativamente el ritmo sueño-vigilia.

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Última modificación: 27/05/21 13:10h

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