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Información general

Descripción
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Existen varias definiciones de dolor. Algunos autores creen que el dolor es una sensación molesta de una parte del cuerpo humano cuya causa puede ser interna o externa. La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP) lo define como “una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada con una lesión hística presente o potencial, o descrita en términos de dicha lesión”. El dolor agudo en cualquier caso no es más que una reacción del cuerpo ante algún factor que nos pone en peligro. Esta misión de alerta se ha perdido en caso de que el dolor sea crónico. El dolor agudo podría compararse con la campana en el cuartel de bomberos que avisa, sin dar una gran cantidad de información, de que hay que ponerse en marcha porque algo no está marchando bien.

 

Siguiendo con el ejemplo de los bomberos, pongámonos en la situación en que llega al cuartel el aviso de que se ha declarado un fuego en el monte. En ese momento sonaría la campana y todos los bomberos saldrían a gran velocidad en el camión dispuestos a extinguir el incendio. En este momento la campana, que ya ha cumplido con su misión, debería en buena lógica, dejar de sonar. Pero si esto no sucede, y no sólo no se apaga, sino que a medida que pasan los minutos aumenta el volumen de su señal, la reacción lógica sería apagarla. Esto es básicamente la función de los analgésicos, apagar una señal que ya ha cumplido su función de aviso y que supone, como mínimo, una molestia.

Los analgésicos no actúan sobre la causa del dolor, del mismo modo que apagar la campana del cuartel de bomberos no contribuye a apagar el fuego, sino que atenúan o eliminan la sensación dolorosa. Una vez que desaparece la causa que provocó el dolor agudo, los analgésicos dejan de ser necesarios.

Cada persona percibe de una forma el dolor. La intensidad, duración y capacidad de limitar las actividades de su vida diaria solamente pueden ser valoradas por la persona que tiene dolor. Del mismo modo, es la persona que tiene dolor la única capaz de evaluar si un analgésico está siendo eficaz para atenuarlo o eliminarlo. Esto implica que las dosis de analgésicos, así como la frecuencia de administración deben pautarse de forma individualizada. La única premisa que se suele utilizar es la de comenzar con la menor dosis capaz de calmar o eliminar el dolor, y posteriormente ir aumentándola si el dolor no remite.
 

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Historia
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El tratamiento del dolor ha sido uno de los objetivos prioritarios del ser humano desde que apareció en la tierra. El dolor es uno de los síntomas que aparece en la mayor parte de las enfermedades, por lo que ha hecho que los intentos para eliminarlo hayan sido objetivo de curanderos, chamanes o médicos en todas las etapas de la historia de la humanidad. En múltiples ocasiones, el desconocimiento de las causas que lo provocaban hacía que el tratamiento se centrara en la eliminación de los signos y síntomas. Curiosamente, ya los primeros humanos intuían que el dolor no tenía por qué ser siempre causado por las flechas, las mordeduras de animales salvajes o los traumatismos. El sufrimiento humano podía provenir también de su interior, como así lo atestiguan algunos yacimientos en los que se encontraron restos de cráneos en los que se habían realizado trepanaciones (orificios en el cráneo) en personas vivas, sin duda con el objetivo de aliviar su sufrimiento.

 

La búsqueda de remedios para tratar el dolor está presente en cualquier capítulo de la historia. Así, los cretenses en el siglo XIII a. C. adoraron a quien representó la mitigación del dolor: la diosa de la Adormidera. El culto a esta diosa se debía a que el opio se consideraba un regalo de los dioses por sus efectos sedante y analgésico.

En Mesopotamia (4000-3000 a. C.), los sumerios ya conocían los efectos analgésicos del opio y cultivaban amapolas para extraerlo. A esta flor se le daba el nombre sumerio hul gil, que significaba ‘alegría y felicidad’.

Los beneficios del opio fueron ya descritos por los egipcios en el papiro de Ebers (1600-1500 a. C.). Los egipcios fueron también conscientes del origen espiritual del dolor, que era entendido como un mal de origen sobrenatural y por eso era el chamán o el sacerdote el que realizaba las trepanaciones (orificios en el cráneo) para extraer los espíritus malignos que originaban el sufrimiento.

El más ilustre médico de la antigüedad, Hipócrates (Tesalia, Grecia 463-377 a. C.), recomendaba diversos tipos y preparados de la amapola por sus efectos narcóticos e hipnóticos.

Platón (458-348 a. C.), uno de los filósofos griegos más influyentes, definió el temor como "la anticipación del dolor" y clasificó al dolor entre las emociones. En una de las obras de Platón, el Fedón, intentó mostrar cómo el dolor y el placer nacen uno del otro.

Aristóteles (384-322 a. C.), discípulo de Platón y tutor de Alejandro Magno, escribió "el dolor trastorna y destruye la naturaleza de la persona que lo siente".

Y en Roma, Marco Aurelio (121-180 d. C.) que gobernó el Imperio en su época dorada, creía que el dolor estaba dominado por la mente y llegó a afirmar que la victoria del alma sobre el cuerpo es el triunfo sobre el dolor.

Séneca (4 a. C. - 65 d. C.), filósofo romano y consejero del emperador Nerón, señaló que "hay cierto decoro hasta en el dolor, y quien es sabio debe guardarlo".

Galeno (131-201 d. C.), médico y filósofo griego, describió el opio como un somnífero y calmante que produce enfriamiento del cuerpo. Este enfriamiento es capaz de llevar a la muerte de la persona que lo consuma.

Teodorico del Borgognoni, médico que acompañó a la V cruzada, en 1258, ideó un tipo de anestesia general con esponjas; se preparaban empapándolas con opio, mandrágora, cicuta y lechuga, se colocaban sobre el rostro de la persona y después se pasaba al procedimiento doloroso.

Philippus Aureolus Theophrastus Bombastus Von Hohenheim (1493-1541), también conocido como Paracelso, médico y alquimista suizo, llamó láudano al opio, que en latín significa ‘alabable’.

A principios del siglo XIX, el médico alemán Sertürner separó el ácido mecónico del opio y produjo la morfina, llamada así en honor de Morfeo (dios del sueño en la mitología griega).

Ya en el siglo XX hay que hacer mención especial a la creación, en mayo de 1973, de la IASP (siglas que corresponden a su nombre en inglés, International Association for the Study of Pain) con el objetivo de crear un foro internacional e interdisciplinario para aumentar los conocimientos sobre el tratamiento del dolor y mejorar la formación de los profesionales de la salud que tratan a personas con dolor.

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Nombres
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  1. Analgésicos no opioides 
  2. Analgésicos opioides 
  3. Fármacos coadyuvantes

 

1. Analgésicos no opioides

 

1.1 Antiinflamatorios no esteroideos (AINE)

Salicilatos 


Pirazolonas 


Derivados del ácido acético 


Derivados del ácido propiónico 

 
Derivados del ácido antranílico 


Oxicams 


1.2 Paraaminofenoles 

 

 

2. Analgésicos opioides

 

2.1 Opioides débiles o menores 

 

 2.2 Opioides potentes o mayores: 

 

3.Fármacos coadyuvantes o coanalgésicos

Antidepresivos 

 
Anticonvulsivantes 

 
Anestésicos locales orales 

  • Mexiletina


Corticoesteroides 

 
Drogas simpaticolíticas 


Agentes tópicos 


Misceláneos 

 
Drogas para dolor óseo maligno 

 
Neurolépticos 

 
Drogas para obstrucción intestinal no quirúrgica 

 

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El prospecto
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El prospecto es el documento elaborado por la empresa farmacéutica y dirigido al consumidor. Acompaña al fármaco y en él se recogen los datos más importantes del mismo. Debe de estar elaborado de manera que la persona que va a consumir el medicamento sea capaz de comprender la información que contiene.

Clasificación
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Existen diferentes grupos de fármacos utilizados para el tratamiento del dolor, cada uno de los cuales tiene propiedades diferentes. Así en función de cómo sea el dolor, cuál sea la causa que lo produzca y dónde esté localizado, se utilizarán unos fármacos u otros. 

  1. Analgésicos no opioides
  2. Opioides

 

 

 

1 . Analgésicos no opioides

 

1.1 Antiinflamatorios no esteroideos (AINE)

Cuando aparece un estímulo doloroso (una herida, una quemadura, o cualquier lesión de los tejidos), además de una posible respuesta inmediata y automática (que en el caso de la quemadura, por ejemplo sería retirar la mano), el cuerpo inicia una respuesta para avisar al cerebro de que algún tejido está sufriendo o de que existe algún peligro. Cuando el organismo inicia una respuesta ante una lesión se activa una proteína llamada ciclooxigenasa que produce sustancias (como los prostanoides, prostaglandinas y leucotrienos) que hacen que aparezca el dolor, la fiebre y la inflamación. Los antiinflamatorios no esteroideos (AINE) bloquean la actividad de la ciclooxigenasa (COX), lo que tendrá como consecuencia un triple efecto: analgésico, antiinflamatorio y antipirético; en el caso concreto de la aspirina cabe añadir un cuarto efecto que sería el de antiagregante plaquetario.

Efectos: 

  • Efecto analgésico: Una de las sustancias que es capaz de producir la ciclooxigenasa son los llamados prostanoides, que actúan disminuyendo el umbral del dolor, es decir, haciendo que aparezca una respuesta dolorosa ante un estímulo de menor magnitud. Bloquear este efecto es la base de la acción analgésica de los AINE ya que al disminuir la producción de prostanoides se alivia el dolor asociado a la inflamación o a la lesión de un tejido. 
  • Efecto antiinflamatorio: La respuesta inflamatoria está asociada a la vasodilatación (dilatación de vasos sanguíneos), edema (salida de parte del líquido contenido en el interior de los vasos sanguíneos al espacio que existe entre las células) y el dolor. Los productos de la Ciclooxigenasa intervienen en estos tres efectos, por lo que su bloqueo por parte de los AINE atenúa tanto la vasodilatación como el edema o el dolor. 
  • Efecto antipirético: este efecto se debe a la inhibición de la producción de prostaglandinas por parte de la Ciclooxigenasa. Las prostaglandinas actúan en el centro de regulación de la temperatura que se encuentra en el cerebro (concretamente en el hipotálamo) y provoca que la temperatura aumente. Si los AINE evitan la formación de estas prostaglandinas, favorecen que la fiebre disminuya. 
  • Efecto antiagregante plaquetario: este efecto sólo lo tiene la aspirina, bloquea la ciclooxigenasa de las plaquetas de forma irreversible e impide que estas se agreguen y formen trombos. La aspirina se utiliza con esta finalidad en la prevención de enfermedades provocadas por trombos como los infartos de miocardio o los infartos cerebrales.

 

1.2 Paraaminofenoles

Aunque los derivados paraaminofenoles son: acetanilida, fenacetina, propacetamol y paracetamol, en la práctica sólo se utiliza este último.

El paracetamol es un analgésico que actúa a nivel del sistema nervioso central (cerebro y médula espinal) inhibiendo la formación de prostaglandinas, que son unas de las moléculas responsables de la respuesta dolorosa. A diferencia de los AINE, el paracetamol no tiene efecto en el resto de tejidos, por lo que carece del efecto antiinflamatorio y antiagregante plaquetario.

Los analgésicos no opioides (AINE y paracetamol) son capaces de controlar la mayor parte de los dolores de leves a moderados que las personas sufren de forma habitual como los dolores de cabeza, de garganta, dolores articulares, dolores musculares, dentales, cólicos renales o dolores oncológicos en sus fases iniciales. Estos fármacos tienen techo analgésico (máximo efecto que un fármaco puede producir), es decir, llega un momento en el que aumentar la dosis no modificará la intensidad del dolor (no se obtendrá un mayor alivio) pero sí aumentarán los posibles efectos secundarios.

La mayor parte de los analgésicos no opioides produce un efecto rápido sin que apenas haya efectos secundarios. Generalmente, estos efectos no deseados aparecen cuando la persona los toma durante un periodo largo de tiempo. 

 

2. Opioides

Los opioides son fármacos que atenúan o eliminan el dolor actuando directamente sobre las neuronas. Esto significa que a la hora de tomar un fármaco de este grupo éste llegará al sistema nervioso central (cerebro y médula espinal) atenuando la respuesta de las células nerviosas encargadas de responder ante un estímulo doloroso.

Los opioides se clasifican: 

  • Por su efectividad ante el dolor: opioides débiles (o menores) y opioides potentes (o mayores) 
  • Por su afinidad con receptores cerebrales: agonistas puros, agonistas-antagonistas y antagonistas.

2.1 Según su efectividad 
  • Opioides débiles o menores  

    Estos medicamentos se utilizan cuando la intensidad del dolor es moderada o cuando el efecto de los AINE no logra controlarlo del todo. Los opioides débiles o menores se toman habitualmente en combinación con analgésicos no opioides, ya que los opioides actúan sobre el sistema nervioso central y los analgésicos no opioides lo hacen sobre el sistema nervioso periférico lo que permite atacar el dolor desde los dos frentes.

    Como en el caso de los analgésicos no opioides, los opioides débiles son capaces de reducir o eliminar el dolor, pero no la causa que lo motiva.   

    Los opioides débiles tienen un techo analgésico, de tal modo que a partir de una dosis determinada, el aumento de la misma no conlleva un aumento del efecto analgésico. 
     
  • Opioides potentes o mayores  

    Estos fármacos se utilizan cuando la intensidad del dolor es elevada y el tratamiento con analgésicos no opioides y con opioides débiles o menores no es capaz de controlarla. Lo más frecuente es combinarlos con analgésicos no opioides. 

    Los opioides potentes actúan sobre el sistema nervioso (cerebro y nervios) disminuyendo de forma muy importante la respuesta ante los estímulos dolorosos. De esta forma de actuar también se derivan sus efectos no deseados como la somnolencia o los mareos. 

    Hay un grupo de opioides potentes o mayores (los llamados agonistas puros) que carecen de techo analgésico, por lo que existe margen para aumentar la dosis de opioides con el fin de controlar el dolor y, de hecho, las limitaciones para usarlos no se relacionan con su falta de eficacia, sino con la aparición de efectos adversos que se producen cuando se aumenta la dosis.
     
2.2 Según su afinidad con los receptores cerebrales

Los opioides se unen a tres tipos de receptores situados en la membrana de las neuronas (llamados con las letras griegas delta [δ], mu [µ] y kappa [κ]). Y en función de la capacidad o afinidad que tengan para unirse a estos receptores, los opioides se clasifican en: agonistas puros, agonistas-antagonistas y antagonistas puros. 

  • Agonistas puros

    Los fármacos agonistas son aquellos que tienen capacidad para unirse a los receptores cerebrales, que es lo que se conoce como afinidad. Una vez unidos a estos receptores son capaces de provocar una serie de reacciones que llevan a atenuar el dolor; este efecto analgésico se denomina actividad intrínseca (muestran la máxima actividad intrínseca sobre los receptores µ). De este grupo, los fármacos más comúnmente usados son la morfina, el fentanilo, la petidina, la heroína o la metadona. No tienen techo analgésico (es decir, no tienen límite de eficacia analgésica) y no revierten o antagonizan los efectos de los otros opioides de su misma clase cuando se administran simultáneamente. 
     
  • Agonistas-antagonistas mixtos 

    Los fármacos de este grupo, a diferencia de los agonistas, tienen techo para la analgesia, es decir, que a partir de una dosis determinada, si se aumenta la dosis no comporta que sea mayor el alivio del dolor. Estos fármacos bloquean la analgesia opioide en los receptores µ o son neutrales en este receptor, mientras que simultáneamente activan un receptor opioide diferente, el K. Esto significa que las personas que estén recibiendo opioides agonistas puros (que ejercen su actividad intrínseca sobre los receptores µ) no deben recibir un opioide agonista-antagonista pues al hacerlo se puede bloquear la analgesia causada por el primero, que se precipite un síndrome de abstinencia y que el dolor aumente. 

    Entre los fármacos más utilizados de este grupo se encuentran: pentazocina, butorfanol, dezocina y nalbufina. 
     
  • Antagonistas puros  

    Los fármacos antagonistas sólo presentan afinidad pero sin actividad intrínseca, es decir, se unen a los receptores opioides cerebrales pero no desencadenan un efecto analgésico. Por consiguiente, no se usan como analgésicos sino que se utilizan para tratar la intoxicación por opioides, ya que son capaces de revertir sus efectos. El fármaco más utilizado de este grupo es la naloxona.

 

 

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Última modificación: 11/02/20 12:56h

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