Información práctica

Estructura y función del cuerpo humano
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Los sistemas de la estructura y función del cuerpo humano, más directamente relacionados con el desarrollo de esta actividad de la vida diaria son:

 

La persona, hombre o mujer, de cualquier edad o condición, es un ser multidimensional integrado, único y singular, de necesidades características, y capaz de actuar deliberadamente para alcanzar las metas que se propone, asumir la responsabilidad de su propia vida y de su propio bienestar y relacionarse consigo mismo y con su ambiente en la dirección que ha escogido.

La idea de ser multidimensional integrado incluye las dimensiones biológica, psicológica, social y espiritual, todas las cuales experimentan procesos de desarrollo y se influencian mutuamente. Cada una de las dimensiones en que se describe a la persona se encuentra en relación permanente y simultánea con las otras y forma un todo, en el cual ninguna de las cuatro dimensiones se puede reducir o subordinar a otra ni se puede contemplar de forma aislada. Por consiguiente, ante cualquier situación, la persona responde como un todo con una afectación variable de sus cuatro dimensiones. Cada dimensión comporta una serie de procesos, algunos de los cuales son automáticos o inconscientes y otros, por el contrario, son controlados o intencionados.

Teniendo siempre en mente este concepto de persona, y sólo con fines didácticos, pueden estudiarse aisladamente los procesos de la dimensión biofisiológica (estructura y función del cuerpo humano) implicados en el desarrollo de ésta actividad de la vida.

 

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Relación con otras actividades de la vida diaria
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Las características y la frecuencia de las micciones y las defecaciones están moduladas por la interacción de la persona con el medio interno y externo, por lo que, para comprender la actividad de eliminar en toda su amplitud y complejidad, debemos tener en cuenta la importancia de la intimidad para el individuo. A continuación se exponen las siguientes situaciones: respirar, comer y beber, moverse, comunicarse, evitar peligros y prevenir riesgos.

 

Respirar: Generalmente, para el acto de expulsión, se necesita recurrir a la maniobra de Valsalva, que consiste en la contracción simultánea de los músculos espiratorios y de la pared abdominal manteniendo la glotis cerrada para impedir la salida de aire de los pulmones. Esto da lugar a un aumento drástico de la presión en la cavidad torácica y abdominal que se trasmite sobre los órganos abdominales y ayuda a completar la función de vaciamiento iniciada por el reflejo de la defecación. Las personas con pérdida de fuerza en la pared abdominal o con dificultad para el cierre de la glotis, como en el caso de las personas sometidas a una laringectomía (extirpación de la laringe) o en situaciones de gran dificultad respiratoria con imposibilidad de contener la inspiración durante cierto tiempo, pueden tener dificultad para llevar a cabo la maniobra de Valsalva y, por tanto, la defecación les será más difícil.


Comer y beber:
La cantidad y la calidad de alimentos y líquidos ingeridos condicionan la micción y la defecación. Cuando el balance de agua es positivo, es decir, la cantidad de agua ingerida excede al agua perdida por sudoración o respiración, el riñón se encarga de excretar el agua sobrante. Si esta cantidad es importante, condiciona un aumento en el volumen de orina y la orina es clara, menos concentrada en solutos y con menos olor. Una orina diluida contribuye a una disminución del riesgo de la formación de cálculos. Con respecto a la defecación, la cantidad de líquido, y la cantidad y la calidad de alimentos condicionan la motilidad intestinal y las características del bolo fecal.

El incremento de la fibra en la dieta se asocia a un aumento en la frecuencia de las deposiciones y a un mayor volumen de las heces. Su mecanismo de acción consiste en el aumento de la masa fecal por proliferación bacteriana y en el estímulo de la motilidad a través de ácidos grasos volátiles que se desprenden al ser destruidas la hemicelulosa y la celulosa por la flora bacteriana. Sin embargo, no está relacionado directamente con la distensión mecánica de la pared del colon ni con el aumento del contenido fecal de agua.


Moverse:
Se ha demostrado que al aumentar la actividad física se acelera el tránsito intestinal; incluso el simple hecho de mantener una postura erguida en personas inmovilizadas ayuda a mantener un ritmo intestinal adecuado. Por el contrario, la debilidad de los músculos del periné también puede ocasionar escapes de orina cuando aumenta la presión abdominal en situaciones como soportar peso, saltar o reír. Los escapes de orina o heces también se pueden producir cuando se asocia una limitación de la movilidad y una continencia débil del esfínter. En estas ocasiones la persona, aunque perciba la señal del deseo de orinar o defecar, no tiene suficiente agilidad para llegar al inodoro y quitarse la ropa en el tiempo preciso.


Comunicarse:
Las pérdidas de orina y de heces también pueden estar relacionadas con la capacidad que tenga la persona de comunicarse y pedir ayuda. Las personas condicionadas por su limitación en la movilidad pueden añadir otro impedimento: el de no poder comunicar su deseo de orinar o defecar. En estas situaciones, cuando la persona no ha sufrido un deterioro cognitivo y toma conciencia de su situación, las manifestaciones que pueden aparecer a nivel emocional son de rabia, culpa y sentimiento de pérdida de valía. 


Evitar peligros y prevenir riesgos:
Los escapes de orina o la pérdida de control de los esfínteres repercuten en las acciones de otras actividades, como por ejemplo la higiene. Las personas que sufren estas pérdidas tienen que aumentar su frecuencia y control del aseo de la zona uretral o anal para evitar la dermatitis (erupción cutánea extremadamente pruriginosa compuesta de protuberancias y ampollas) y los malos olores.

El respeto a la intimidad física es necesario para evitar la inhibición del reflejo. El deseo de miccionar o defecar puede ser inhibido, es decir, la persona puede retrasar la evacuación cuando siente que no tiene la intimidad necesaria que le permite relajar el esfínter bajo control voluntario. Generalmente, las personas han aprendido a relajar el esfínter en determinadas condiciones, por lo que tienen que rodearse de estas condiciones para realizar evacuaciones de forma satisfactoria.

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En función del grupo de edad y etapa de desarrollo
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  1. Neonato-lactante
  2. Preescolar
  3. Escolar
  4. Adolescentes y adultos
  5. Adulto mayor, adulto mayor medio y adulto mayor avanzado

 

Es evidente que se pueden apreciar modificaciones de la micción y de la defecación asociadas al sexo y al periodo del ciclo vital. Esto es debido en parte a diferencias anatómicas (sexo), fisiológicas (procesos madurativos e involutivos) y a comportamientos aprendidos a lo largo del ciclo vital. 

 

1. Neonato-lactante (del nacimiento a los 18 meses)

La primera expulsión de heces que realiza el recién nacido a través del canal anal se denomina meconio y se produce en las primeras 48 horas del nacimiento. En la primera semana, gradualmente, el color de la materia fecal va pasando del negro al amarillo. La frecuencia y las características de las deposiciones varían en función del tipo de lactancia. El recién nacido suele defecar de 4 a 7 veces en un día debido a que su intestino absorbe poca agua y el recto se llena rápidamente, lo que provoca una evacuación automática, que, casi siempre, coincide después de una toma. Estos niños pueden orinar entre 10 y 30 veces diarias debido a que los riñones no poseen todavía suficiente capacidad para concentrar la orina.

La falta de maduración del sistema nervioso conlleva el hecho que los lactantes orinen y defequen automáticamente, sin control voluntario del esfínter externo. Las deposiciones pueden ser diarias, en función de la alimentación, y generalmente se producen después del eructo. Es recomendable que los cuidadores del niño exploren y controlen las características de las heces de los niños y extremen el cuidado de la piel de las zonas implicadas para prevenir la dermatitis (erupción cutánea extremadamente pruriginosa compuesta de protuberancias y ampollas) del pañal.


2. Preescolares (de 19 meses a 5 años)

Durante el primer y segundo año se alcanza la madurez plena de la función renal. El número de micciones va descendiendo conforme el niño crece. A la edad de tres años los niños pueden miccionar alrededor de nueve veces diarias. Las heces son de características similares a las del adulto, siempre que el niño haga una ingesta suficiente y adecuada.

El control de esfínteres se alcanza cuando existe suficiente maduración del sistema nervioso y muscular junto con un desarrollo cognitivo y emocional, de tal manera que se producen micciones y defecaciones voluntarias. Es aconsejable iniciar la educación del control de esfínteres cuando el niño ha comenzado a andar. Los padres dan gran importancia al control voluntario de los esfínteres por parte del niño y utilizan este hecho para comparar la progresión del niño con la de los otros. Aunque este es uno de los criterios de evaluación del desarrollo psicomotor del niño, por si sólo no es suficiente para determinar la adecuación del mismo.

Niño en el cuarto de baño haciendo sus necesidades leyendo

 


3. Escolares (de 6 a 12 años)

Durante esta edad el sistema urinario no sufre cambios importantes. La frecuencia y el ritmo de micción del niño se estabilizan a la edad de once o doce años, cuando se equiparan a las del adulto. En condiciones normales, los niños tienen control voluntario del esfínter diurno y nocturno, y no es frecuente tener que levantarse a orinar durante la noche.

En ocasiones puede aparecer enuresis, definida como una micción funcionalmente normal que ocurre involuntariamente durante el sueño, al menos cuatro veces al mes, en niños que ya han cumplido los cinco años (Díaz, 2002). En tales casos, los niños suelen rehuir las situaciones que requieren dormir fuera de casa por miedo a la vergüenza y la sensación de ridículo cuando otros descubran que se orina durante la noche.

Con respecto a la defecación, los niños a esta edad no suelen presentar problemas de encopresis (emisión repetida de heces ya sea involuntaria o intencional en lugares inapropiados, en un niño de 4 o más años de edad), ya que suele existir un control voluntario de la defecación. En estas edades, cuando al niño se le respetan sus horarios, suele adoptar un patrón intestinal para toda la vida que responda a los reflejos de la defecación, salvo que por condicionantes sociales dichos horarios se modifiquen. Por esta razón, se recomienda a los cuidadores que detecten el momento preferido por el niño para sentarse en el váter y que respeten dichos horarios diariamente con el fin de que adquiera un patrón regular de defecación. 

Infancia 


4. Adolescentes y adultos

Tanto los adolescentes como los adultos manifiestan patrones que se ajustan a los hábitos aprendidos y a los condicionamientos sociales.

Adolescencia
Adultez


5. Adulto mayor, adulto mayor medio y adulto mayor avanzado (de 66 a 74 años, de 75 a 84 años y de 85 en adelante)

El proceso de envejecimiento conlleva una reducción del peristaltismo o movimiento intestinal y del tono muscular pélvico, una disminución de la concentración de la orina y de la capacidad vesical, y una mengua en la capacidad de retención del esfínter externo, lo que repercute en la eliminación de heces más duras y un peor control sobre las micciones.

En el adulto mayor avanzado se aprecia una reducción del número de neuronas que condiciona una disminución de la filtración glomerular y de la concentración de orina. La pérdida de filtración glomerular reduce la eliminación de los fármacos, lo cual prolonga su permanencia en el organismo y, por tanto, facilita que la persona mayor sea más susceptible a los efectos tóxicos de los medicamentos. Por ello es especialmente importante permanecer alerta ante la aparición de efectos secundarios y evitar la automedicación.

El efecto más apreciable del envejecimiento sobre el sistema urinario es la polaquiuria (aumento del número de micciones durante el día, que suelen ser de escasa cantidad). Esto se explica por una disminución de la elasticidad y de la fuerza contráctil de los músculos pubovesical y detrusor, lo que genera una menor capacidad vesical y dificulta el vaciamiento completo de la vejiga. También se acompaña de una disminución de la percepción del llenado vesical. A estos cambios se asocian la pérdida de movilidad y la ralentización de los reflejos, lo que provoca escapes de orina involuntarios. Estos fenómenos condicionan una mayor distensión vesical y vaciamientos incompletos de la vejiga.

En cuanto a la defecación, el envejecimiento tiende a ocasionar la evacuación de heces duras debido a una disminución de la motilidad intestinal, lo que conlleva a veces el riesgo de formación de fecalomas. Los fecalomas se pueden definir como una masa o colección de heces endurecidas o parecidas al cemento en los pliegues del recto, que son el resultado de la retención prolongada y la acumulación de material fecal. Es aconsejable controlar y regular la ingesta con alimentos que contengan fibra y así mismo programar un horario para realizar la evacuación.

Alimentación saludable: la fibra
Vejez

 

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Factores que influyen en el desarrollo de la actividad
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Los comportamientos como la micción o la defecación se ven influenciados, además de por condicionantes socioculturales, por aspectos como la edad, la etapa de desarrollo y el sexo. Estos factores modulan los comportamientos y los distintos aprendizajes.

  1. En función del sexo 
  2. En función de la patología 
  3. Relacionadas con el tratamiento 

 

1. En función del sexo

Las diferencias anatómicas de la uretra entre hombres y mujeres condicionan la postura elegida para miccionar: los hombres en bipedestación y las mujeres en sedestación. Además la longitud de la uretra, más corta en las mujeres, justifica una mayor susceptibilidad de las mujeres jóvenes y adultas a las infecciones urinarias asociadas a la actividad sexual. No obstante, en edades avanzadas la incidencia de infecciones es similar en ambos sexos, debido a que el crecimiento de la próstata en el hombre mayor añoso es un factor predisponente.

Socialmente se produce un aprendizaje diferenciador entre los chicos y las chicas. Generalmente, las niñas van aprendiendo a tener un nivel mayor de pudor para miccionar o defecar y sienten culpabilidad o vergüenza ante las exposición de las partes íntimas. En cambio, los chicos aprenden comportamientos más relajados.

La cantidad de orina que desencadena el deseo de miccionar suele ser entre 150-200 ml, ligeramente mayor en la mujer que en el hombre. También depende de los hábitos de micción adquiridos durante la vida. Esta mayor capacidad suele llevar a distanciar más las micciones sucesivas en el caso de las mujeres.


Mujeres embarazadas

A partir de la semana doceava de embarazo, el aumento de tamaño del útero ejerce una presión sobre la vejiga, lo que disminuye la capacidad de almacenaje de ésta, y llega incluso a provocar pérdidas de orina en el último mes. Por lo tanto, es frecuente la polaquiuria (aumento del número de micciones durante el día, que suelen ser de escasa cantidad) debida a la presión que ejerce el útero sobre la vejiga. Además puede manifestarse poliuria (emisión de grandes cantidades de orina al día, superior a 2,5 l), a causa de la disminución en la capacidad de concentración urinaria, que se acompaña de una sensación de sed.

La compresión del útero sobre el intestino provoca cierta atonía intestinal, que se manifiesta en estreñimiento. Se recomienda que las embarazadas con heces duras aumenten el aporte de alimentos con alto contenido en fibra y que vigilen las situaciones que puedan favorecer la pérdida de agua, la cual se puede compensar con un aumento de la ingesta de líquidos. 

Embarazo

Mujeres postmenopáusicas

Cuando sobreviene la menopausia, hay una reducción de la producción de estrógenos (hormonas sexuales femeninas) que provoca una disminución del tono de los músculos del suelo de la pelvis y de la continencia del esfínter urinario. Este hecho favorece que ante el aumento de la presión intraabdominal desencadenado por la tos, el estornudo, la risa, etc., se produzcan pequeñas pérdidas o escapes de orina. 

Menopausia

 

Hombres con hipertrofia prostática

En este caso suele producirse inicialmente una hipertrofia del músculo detrusor (músculo de la vejiga), al intentar compensar el aumento de la resistencia al paso de la orina por la uretra prostática. Esta hipertrofia muscular produce una vejiga hiperexcitable con capacidad reducida, lo que desencadena polaquiuria. Además, la resistencia al paso de la orina genera un retraso en el inicio de la micción y una disminución en la potencia del chorro de micción.

 

2. En función de la patología

Hay alteraciones de la función o de la estructura de las vías urinarias y del intestino ante las cuales la actividad de eliminar adquiere mucha más relevancia para la persona, por lo que se aumenta la autoobservación y la toma de conciencia de las acciones implicadas en la defecación y en la micción.

  1. Con respecto a las disfunciones que afectan a la defecación se encuentran: 
    • Defecación dolorosa o dificultosa. Entre las patologías más frecuentes se pueden mencionar las hemorroides y las fisuras anales. 
    • Disminución o pérdida del control voluntario de la salida de heces. Las lesiones medulares como las paraplejías o los trastornos graves del sistema nervioso central, como accidentes cerebrovasculares y hemiplejías, suelen manifestar incontinencia. También pueden reducir la continencia las situaciones de debilidad de los músculos del suelo de la pelvis por edad avanzada, los partos múltiples, etc. Las intervenciones quirúrgicas que generen una salida de heces hacia el exterior por otra vía distinta a la del ano, como la colostomía o la sigmoidectomía, anulan temporalmente o definitivamente el control voluntario sobre la defecación y exigen unos dispositivos especiales para su recogida de forma higiénica. 
    • Aumento de la frecuencia de las deposiciones. Este caso suele acompañarse de una consistencia más blanda e incluso líquida de las heces. Se pueden mencionar las enfermedades siguientes: las inflamatorias intestinales, los tumores de colon, las infecciones intestinales, las alergias alimentarias, las enfermedades de causa inmune como la enfermedad celíaca, las alteraciones endocrinas como el hipertiroidismo y la insuficiencia suprarrenal, entre otras. 
    • Disminución del número de deposiciones inferior al normal, con heces duras y defecación dificultosa, es decir, estreñimiento. Este síntoma aparece en el caso de las hemorroides y las fisuras anales, ya mencionadas. El dolor inducido por la dilatación del ano al paso de las heces favorece la inhibición de la defecación, lo que retrasa la evacuación y acaba desencadenando en estreñimiento. Los tumores o determinadas lesiones de la pared del colon que dificultan el tránsito de las heces pueden producir estreñimiento intenso y de aparición rápida. Las enfermedades del sistema nervioso o de los músculos, por el trastorno en los movimientos intestinales o por la incapacidad de aumentar la presión abdominal, pueden generar estreñimiento, ya que se incrementa el tiempo de la materia fecal en el intestino y se favorece en mayor grado la absorción de agua de la materia fecal. Otras enfermedades psiquiátricas, como la depresión o la anorexia nerviosa, también se asocian al estreñimiento. Otra circunstancia a tener en cuenta es la presencia de fecalomas que aparecen en personas ancianas con alteraciones cognitivas, a causa de un insuficiente vaciamiento del colon. Los retrasos en la defecación van generando una masa fecal cada vez más compacta que acaba siendo imposible de evacuar. Esta masa compacta produce una irritación mecánica en la pared intestinal que estimula la secreción de la mucosa intestinal y provoca la expulsión de líquido fecal al exterior, lo que puede hacer pensar erróneamente en una diarrea, por lo que se ha llamado “falsa diarrea”. 
    • Alternancia de estreñimiento y diarrea. Suele acompañar al llamado síndrome de intestino irritable, que se caracteriza por una alteración motora del mecanismo psicosomático. En algunos casos predomina la diarrea y en otros, el estreñimiento. 
  2. Con respecto a las disfunciones que afectan a la micción se encuentran: 
    • Micción dolorosa o dificultosa, como en el caso de la hipertrofia prostática, que produce un retardo en el inicio de la micción, una disminución en la potencia del chorro de micción y, en casos extremos, dolor e incluso retención urinaria, con la imposibilidad total de realizar la micción. Las infecciones urinarias también causan micciones dolorosas y otros síntomas asociados, como tenesmo de micción (deseo constante de miccionar que no se alivia tras la micción), polaquiuria (micción frecuente o el aumento en el número de micciones)o hematuria (presencia de sangre en la orina). En ocasiones, los cálculos en el uréter producen síntomas similares. 
    • Disminución o pérdida del control voluntario de la micción. Las lesiones en la zona cortical pueden afectar la percepción de los señales de llenado y el control directo sobre el esfínter externo, por lo que, en estas ocasiones, se manifiesta incontinencia. Otro tipo de lesiones medulares, localizadas por encima de los centros reflejos de la micción, o patologías, como embolia o hemorragias cerebrales, meningitis, tumores cerebrales, esclerosis múltiple, etc., producen micciones automáticas, pero sin control voluntario. 
    • Derivación quirúrgica de la salida de la orina. Hay intervenciones que derivan la salida de orina por sitios distintos a la uretra, como las nefrostomías, las ureterostomías o las cistostomías, por lo que se anula, temporal o definitivamente, el control voluntario sobre la micción y exigen que se utilicen unos dispositivos especiales para la recogida de orina de forma higiénica. 
    • Fracaso de la función renal. Cuando el riñón no puede realizar bien sus funciones de depuración y de mantenimiento de la homeostasis se produce insuficiencia renal, que puede ser de forma rápida (aguda), generalmente reversible, o lenta (crónica), que puede requerir en casos extremos el tratamiento con diálisis o el trasplante renal. Es importante señalar que la insuficiencia renal no se manifiesta por problemas en la micción; sino que, en la mayoría de los casos, sólo se detecta por alteraciones en algunos análisis de sangre.

 

3. Relacionadas con el tratamiento

Numerosos fármacos afectan a la función de eliminación. Se agrupan de acuerdo con los efectos secundarios que afectan a la excreción urinaria o fecal.

  1. Excreción urinaria. Los diuréticos modifican la eliminación urinaria de forma específica: se utilizan deliberadamente para aumentar la cantidad de orina eliminada. Hay varios tipos según su potencia, el lugar de la nefrona donde actúan y los efectos secundarios metabólicos que inducen. Las personas que toman diuréticos notarán un aumento de la frecuencia y de la cantidad de las micciones.

    La función depurativa del riñón puede verse afectada por los efectos de fármacos como los aminoglucósidos, algunas cefalosporinas y antiinflamatorios no esteroideos. Existen otros medicamentos, generalmente de uso hospitalario y utilizados en enfermedades graves, que pueden inducir toxicidad renal, como varios quimioterápicos antineoplásicos, inmunosupresores y antiretrovirales, entre otros. Estos fármacos pueden resultar tóxicos para el riñón, sobre todo en las personas ancianas y en las que tienen ya de por sí disminuida su función renal.

    Otros medicamentos pueden alterar el reflejo de la micción; entre ellos están los antidepresivos tricíclicos, la morfina y sus derivados, algunos antihistamínicos, antiespasmódicos y sedantes. Es importante vigilar su uso en personas predispuestas a la retención urinaria, las que sufren trastornos prostáticos o alteraciones cognitivas. 
  2. Excreción fecal. De igual modo que los diuréticos en la eliminación urinaria, los laxantes se utilizan precisamente para aumentar la eliminación fecal. Su abuso puede producir diarrea y lesiones morfológicas en el colon. Como efecto colateral, varios fármacos pueden producir diarrea. Los que más frecuentemente lo hacen son los antibióticos, sobre todo los de amplio espectro, que alteran la composición de la flora intestinal normal. Otros medicamentos que, con menos frecuencia, también producen diarrea son los antihipertensivos, antidepresivos, antiinflamatorios no esteroideos, los utilizados en quimioterapia y algunos antiácidos.

    Con efecto contrario, otros fármacos que interfieren en los movimientos intestinales producen estreñimiento, como la morfina y sus derivados, los antidepresivos tricíclicos y los antagonistas del calcio (antihipertensivos), particularmente el verapamilo.

     
Medicamentos

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Información general

Descripción
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La eliminación de los productos de desecho del organismo se produce principalmente a través de la orina y de las heces. Los comportamientos relacionados con la actividad de eliminar tienen una función básica y fundamental en el mantenimiento del equilibrio corporal, el bienestar y la salud de la persona y su entorno.

 

Eliminar no se reduce a un acto puramente fisiológico, sino que comprende una serie de factores emocionales y culturales que, a su vez, modulan las actitudes, las expresiones y los comportamientos individuales y grupales que condicionan cuándo, dónde y cómo deben llevarse a cabo las acciones necesarias.

Las acciones de miccionar y defecar abarcan el sistema de acciones voluntarias que una persona lleva a cabo para conseguir la expulsión al exterior de los productos de desecho que proceden del metabolismo celular, del exceso de agua generado y de los restos de alimentos no absorbidos en el intestino delgado. Estas acciones voluntarias se refieren tanto a las que se hacen de manera consciente como a aquellas que se llevan a cabo de manera automática y que han sido moduladas por el aprendizaje, pero que finalmente pueden ser controladas por la voluntad.

Para llevar a cabo estas acciones voluntarias es necesario que la persona tenga capacidad sensorial y cognitiva para darse cuenta de la necesidad de miccionar o defecar, capacidad para anticiparse con tiempo suficiente para evitar los escapes o las incontinencias, y capacidad para regular la frecuencia adecuada de miccionar y defecar para no perjudicar el organismo. Para completar la actividad, también se requiere capacidad motriz para colocarse en el lugar y en la posición adecuada, y miccionar y defecar de manera satisfactoria, es decir, sin dolor ni molestias y sin sentir amenazada su dignidad.

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Capacidades biofisiológicas y psicológicas
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Los comportamientos relacionados con la eliminación están regulados fisiológicamente por los reflejos de micción y defecación. La presencia de éstos hace tomar conciencia de la sensación de querer orinar o defecar.

 

La sensación de querer miccionar sobreviene cuando en la vejiga se ha almacenado una cantidad de orina suficiente para desencadenar el reflejo de la micción. La orina producida por el riñón desciende por los uréteres, se almacena en la vejiga y provoca su distensión, lo que induce a la estimulación de los receptores sensibles a la dilatación, localizados en la pared de la vejiga y la uretra posterior. Estas señales sensitivas inducidas por los receptores llegan a los segmentos sacros de la médula espinal para volver de nuevo, de forma refleja, a la vejiga, lo cual estimula la contracción de la musculatura lisa de la pared (detrusor). Cuando la cantidad de orina es pequeña, estas contracciones de la musculatura de la vejiga son inhibidas por estructuras superiores del sistema nervioso central (SNC). Si los volúmenes de orina son más importantes, el reflejo automático de la micción se pone en marcha y produce una contracción intensa de la musculatura de la vejiga y la relajación del esfínter interno de la uretra. En este momento la persona toma conciencia de querer orinar.

Si la persona decide no orinar, se produce la inhibición del reflejo: los centros superiores pueden mantener una contracción continua del esfínter vesical, y ejercer así el control voluntario de la micción. Para el control de la inhibición del reflejo es imprescindible la continencia del esfínter externo, que, bajo el control consciente y voluntario de la persona, evita que la orina se escape en un momento poco apropiado. Este control puede llevarse a cabo durante un tiempo, ya que, conforme va distendiéndose más la vejiga, llega un momento en que el control voluntario de la micción puede quedar sensiblemente mermado, debido a que la contracción de la musculatura de la vejiga es tan fuerte que resulta imposible su inhibición.

Cuando la persona decide miccionar se ubica en el lugar apropiado. Un grado de autonomía suficiente le proporcionará la capacidad para manipular la ropa y le dotará de la fuerza y el equilibrio necesario para colocarse en la posición de sedestación (sentado) o bipedestación (de pie) que le facilite la relajación del esfínter externo. En ese momento fluye la orina sin dolor ni esfuerzo y se produce la micción, es decir, la expulsión de la orina almacenada en la vejiga hacia el exterior a través de la uretra. En este momento de expulsión resulta más difícil detener el flujo de manera voluntaria.

En ausencia de patologías, la frecuencia de las micciones está regulada principalmente por la cantidad de líquidos bebidos y del contenido en agua de los alimentos ingeridos. La frecuencia habitual de una persona también puede estar condicionada por reacciones emocionales, por ejemplo, el miedo o el enojo aumentan la frecuencia de micción. Este deseo más frecuente de miccionar puede ser explicado o bien por una percepción de llenado vesical más incipiente, o bien por un ligero incremento de la producción de orina.

La sensación de querer defecar sobreviene cuando en la parte terminal del colon, es decir, en el recto, se ha alojado una cantidad suficiente de materia fecal que desencadena el reflejo de la defecación. La materia fecal (bolo fecal) se va formando después que en la primera parte del intestino grueso, o colon ascendente, se ha llevado a cabo la absorción de electrolitos, agua y algunas vitaminas. Las heces progresan por la luz del colon y pasan a ubicarse en la segunda parte del intestino, donde gracias a los movimientos de propulsión de masa avanzan por la luz del colon descendente.

Los movimientos intestinales contribuyen al tránsito de las heces. Un tránsito acelerado repercute en una disminución de la absorción del agua de la materia fecal y produce la expulsión de deposiciones de consistencia más blanda. Por el contrario, un tránsito lento por la luz del colon da como resultado heces más duras, que generalmente se acompañan con un descenso de la frecuencia de defecación.

Niño en el cuarto de baño haciendo sus necesidades y leyendo

Los diferentes bolos fecales llegan a situarse en el sigma y cuando, finalmente, se alojan en el recto producen una dilatación de sus paredes. Este es el momento en el que la persona toma conciencia del deseo de defecar; es entonces la ocasión de buscar y dirigirse hacia el lugar apropiado. La persona tiene que poseer orientación espacial y autonomía para desplazarse, mantener el equilibrio para manipular la ropa y colocarse en sedestación, a la vez que tiene que mantener la continencia del esfínter externo durante el tiempo que dura esta acción.

La persona, colocada en la posición apropiada, espera el reflejo de la defecación, que se desencadena por las señales enviadas desde el recto a la médula espinal, que vuelven hacia el colon descendente, el sigma y el recto, y que fuerzan las heces hacia el ano con intensidad. De esta manera, el reflejo contribuye a vaciar de forma importante el contenido de heces del colon y produce una defecación eficaz, es decir, la expulsión de heces al exterior a través del ano. Este momento se acompaña de la realización de una inspiración profunda, del cierre de la glotis y de la contracción de la pared abdominal para forzar el contenido fecal del colon hacia abajo, al tiempo que el suelo de la pelvis se desplaza hacia arriba y empuja hacia afuera el anillo anal para expulsar las heces al exterior. Este instante se acompaña de la relajación voluntaria del esfínter externo.

Si la persona decide que no es el momento o el lugar, este reflejo puede desaparecer en un tiempo, bajo el control voluntario de la contracción del esfínter externo. Si no se relaja el esfínter externo, los receptores rectales empiezan a deprimirse y la urgencia de defecar se pospone hasta que actúen de nuevo los movimientos en masa; esto puede suceder horas después o al día siguiente.

La defecación también puede provocarse sin el reflejo previo, recurriendo a aumentar la presión intraabdominal con una inspiración profunda, cerrando la glotis, moviendo el diafragma hacia abajo y contrayendo los músculos abdominales, lo que fuerza el descenso del contenido hacia el recto, produce la distensión del mismo y desencadena nuevos reflejos. Este mecanismo nunca es tan potente como la combinación de los mencionados anteriormente.

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Aspectos socioculturales
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La actividad de eliminar está cargada de significados sociales y culturales que hacen que el acto de la micción y, sobre todo, el de la defección sean considerados algo desagradable y repugnante que no puede hacerse en presencia de otros. Las actitudes y los comportamientos personales hacia estos actos están modulados por el aprendizaje de las personas en el marco sociocultural en el que nacen y alcanzan la madurez. En la cultura occidental el significado construido alrededor de los productos de la micción y la defecación se asocia con lo sucio, lo no deseable, lo cual provoca y explica ciertos comportamientos.

  1. Significado social
  2. Desarrollo económico 

 

1. Significado social

La localización anatómica de los esfínteres uretral y anal, próximos a los órganos genitales, aumenta la carga simbólica cultural de los actos de defecar y miccionar. La moral de no exhibición de estas partes, calificadas como íntimas, se traduce en comportamientos normativos de evitar mirar a otros, por lo que se defeca y micciona sólo en la intimidad, y se llega incluso a evitar hablar de forma directa sobre ellos.

Esta carga simbólica hace considerar estos actos como antiestéticos y marca comportamientos en el adulto de rechazo a la visión de las heces o la orina. Derivado de esta asociación, la defecación y la micción se hacen en lugares íntimos y privados. El olor e incluso el color de las heces y de la orina es asociado culturalmente a lo sucio y lo desagradable, hasta tal punto que, en ocasiones, puede llegar a condicionar respuestas nauseabundas.

Las heces son productos con un alto contenido en microorganismos (bacterias y hongos), mientras que la orina recién emitida, en condiciones normales, es un producto estéril. Sin embargo, la asociación del retrete con lo sucio desencadena ciertos comportamientos de limpieza que no han escapado a la curiosidad de algunos investigadores, que han comprobado que los inodoros y los cuartos de baño son las zonas de la casa donde hay menos bacterias; como ejemplo, señalan que en la mesa de ordenador se pueden encontrar mas bacterias que en la taza del váter.

La carga simbólica mencionada anteriormente está sufriendo algunas modificaciones. Hoy día hay indicios que hacen percibir los actos de miccionar y defecar como algo menos repulsivo que en el pasado. Si bien hace unas décadas estos actos no se mostraban en los medios de comunicación, actualmente no es extraño que en la publicidad o en las películas se muestren comportamientos más abiertos. Antes estos actos se asociaban a escenas en las que se ridiculizaba al personaje, hoy día es frecuente que en series y películas nos presenten a los protagonistas, hombres o mujeres, en escenas en las que aparecen sentados en el inodoro. En este sentido, es cada vez más frecuente encontrar en los lugares públicos aseos compartidos y no diferenciados para hombres y mujeres. Todo esto nos hace pensar que tal vez estamos ante un cambio tendente a naturalizar más las acciones de miccionar o defecar.

 

2. Desarrollo económico

El desarrollo económico y social ha contribuido a mejorar las viviendas, y las ha dotado de espacios denominados “cuarto de baño”. Lejos quedan aquellas viviendas con váteres comunitarios, que forzaban a compartir estos espacios con personas que no eran de la familia o del grupo cercano y que obligaban a guardar el turno para poder hacer uso de dicho espacio.

La incorporación de uno o incluso dos o más cuartos de baño en las viviendas unifamiliares ha favorecido el acceso cómodo y rápido al váter o inodoro, a la vez que ha contribuido a crear una necesidad mayor de intimidad y un aumento en el grado de exigencia de limpieza. Esto tiene repercusión en los comportamientos de algunas personas, cuya inhibición del reflejo queda condicionada cuando no disponen de intimidad, en espacios que no son los suyos y que no están escrupulosamente limpios.

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Condiciones ambientales
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En toda sociedad las prácticas de defecar y miccionar se rigen mediante unas reglas de convivencia que están sujetas a normas higiénico-sanitarias, de tal manera que los productos excretados no favorezcan la transmisión de enfermedades. En las heces de personas enfermas se pueden encontrar agentes patógenos; entre ellos se incluyen los causantes de la fiebre tifoidea y la paratífica, la disentería, el cólera o las infecciones causadas por salmonela. Además existen virus (hepatitis A) y parásitos (ameba) que producen cuadros de gastroenteritis trasmitidos por vía fecal-oral. Estos agentes abandonan el cuerpo en la materia fecal excretada y pueden entrar en el nuevo huésped a través de la boca, para llegar al nuevo intestino y reproducir la enfermedad. Para su prevención es imprescindible que se garantice la eliminación del ambiente de los residuos fecales sin que entren en contacto con los alimentos, el ganado o la red de distribución del agua. Además habrá que tener en cuenta la higiene personal después de la eliminación fecal.

 

El nivel de desarrollo de nuestra sociedad garantiza una correcta eliminación de estos residuos, sin embargo hay que mantener la alerta, sobre todo con aquellos alimentos que pueden ser ingeridos crudos o poco cocinados. La temperatura a la que normalmente se someten los alimentos cocinados asegura la destrucción de la mayor parte de los microorganismos que pueden producir infecciones gastrointestinales manifestadas en forma de diarrea intensa y dolor abdominal.

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Consejos de la enfermera

Respirar
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Para favorecer la expulsión de las heces, se aumenta la presión abdominal; para ello, es necesario contener durante cierto tiempo la respiración. El momento de la expulsión de las heces se acompaña de una inspiración profunda, el cierre de la glotis, la contención de la espiración y la contracción muscular de la pared abdominal. Cuando las heces, son duras la persona tiene que hacer una fuerza mayor y esto conlleva un tiempo superior de contención de la respiración. Por este motivo, se recomienda que las personas con dificultad respiratoria o compromiso de la función respiratoria procuren ablandar la consistencia de las heces con medidas que se explican más adelante. 

Se recomienda tener en cuenta todos los consejos generales, que permitirán adoptar medidas saludables en relación con la actividad de la vida diaria de: 

Respirar

Comer y beber
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Ingerir alimentos con fibra alivia el estreñimiento. Es conocido que la ingesta de fibra favorece la defecación. Para notar sus efectos es necesario incluir en la dieta alimentos ricos en fibra, acompañados de una cantidad proporcionada de líquidos de manera constante y persistente. Se debe incluir en la dieta frutos secos (pasas, higos), frutas frescas (naranja, kiwi), hortalizas y legumbres, y cereales integrales. Estos alimentos ricos en fibra vegetal, que no es digerible por nuestro sistema digestivo, favorecen el aumento del volumen de la materia fecal, que a su vez estimula el peristaltismo del colon y, como consecuencia, promueven el tránsito más rápido hacia el recto y el ano. El aporte diario dietético recomendado es de 30 g de fibra dietética o 15 g de fibra cruda. Se requiere por lo menos un mes de seguimiento de esta pauta para notar sus efectos.

 

Es importante saber que la ingesta de alimentos con escaso o nulo contenido en fibra favorece las defecaciones menos frecuentes y, en consecuencia, provoca heces más duras. Entre los alimentos con poca fibra y fácilmente absorbibles en el intestino se encuentran el membrillo, el arroz blanco, la zanahoria, la manzana sin la piel, rallada y oscurecida (debido a la oxidación por el contacto con el aire).

En la dieta se debe combinar ambas clases de alimentos, ponderando más unos u otros dependiendo de la situación o de la finalidad que se persiga. 

 

Tomar líquidos o alimentos hidratados. Para controlar o prevenir el estreñimiento, es necesario complementar la ingesta de fibra con un aporte de líquidos adecuado. El aumento del contenido de agua de las heces hará que su consistencia sea más blanda y facilitará su expulsión. 

 

Incorporar en las comidas un volumen suficiente de sólidos. Cuando el volumen de ingesta sólida es pequeño, no se desencadena la distensión gástrica necesaria para provocar el reflejo gastrocólico, que se inicia con la distensión gástrica inducida por la ingesta de un volumen de alimentos suficiente. Esta distensión estimula el tránsito del colon y favorece el avance del bolo fecal. Por tanto, el volumen de alimentos condiciona los movimientos intestinales, que contribuyen al avance de las heces por la luz del intestino grueso y que acaban provocando el reflejo de la defecación. Así, la ingesta diaria repartida en pequeñas cantidades puede contribuir a que el tránsito por el intestino sea más lento, lo cual deriva en heces duras y de aspecto caprino. Por tanto, para contribuir al adecuado funcionamiento fisiológico de todo el proceso de defecación, se aconseja que al menos una o dos comidas al día tengan un volumen suficiente que desencadene el reflejo gastrocólico. 

Alimentación saludable: recomendaciones 


Se recomienda tener en cuenta todos los consejos generales, que permitirán adoptar medidas saludables en relación con la actividad de la vida diaria de: 

Comer y beber

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Moverse y mantener una postura corporal correcta
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Mantener la actividad física. Se ha establecido una relación entre el tránsito intestinal y la actividad física, por mínima que ésta sea. Por ejemplo, el simple hecho de pasear ayuda a mantener el tono de algunos músculos implicados en la evacuación, como los de la pared abdominal y el periné. Además, el tono del periné contribuye a mantener la continencia del esfínter, lo cual favorece el control voluntario sobre el momento en el que se quiere defecar o miccionar.

 

Las personas con pérdida de movilidad tienen tendencia al estreñimiento, debido probablemente a que no se produce el reflejo gastrocólico. En otras ocasiones, y aunque tal reflejo exista, el estreñimiento puede verse favorecido por el hecho de retardar sistemáticamente la respuesta al deseo de defecar porque la persona requiere ayuda para responder al mismo. Esto contribuye a que las heces permanezcan más tiempo en el intestino grueso, se reabsorba más agua y su consistencia sea más dura. En estas personas es especialmente importante estimular la actividad física para favorecer el tránsito intestinal. También se aconseja mantener una posición erguida en las personas incapacitadas, ya que parece que favorece un ritmo intestinal adecuado. Por otra parte, adoptar una posición de sedestación (sentado) o en cuclillas permite hacer una buena prensa abdominal, lo que contribuye a una expulsión más eficaz de las heces. 

Se recomienda tener en cuenta todos los consejos generales, que permitirán adoptar medidas saludables en relación con la actividad de la vida diaria de: 

Moverse y mantener una postura corporal correcta

 

 

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Reposar y dormir
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Evacuar antes de acostarse. La sensación de ocupación de la vejiga o recto dificulta la relajación necesaria para inducir el sueño, por lo que se recomienda evacuar antes de acostarse. Esta consideración es especialmente importante en las personas que, teniendo control voluntario del esfínter, dependen de otra persona para desplazarse y evacuar en el lugar adecuado. 

 

Se recomienda tener en cuenta todos los consejos generales, que permitirán adoptar medidas saludables en relación con la actividad de la vida diaria de: 

Reposar y dormir

Evitar peligros y prevenir riesgos
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Mantener la higiene de la zona perineal. Los microorganismos de las heces contaminan la zona perineal. Fisiológicamente el cuerpo humano está dotado de mecanismos que dificultan la contaminación de la vías urinarias por vía ascendente a través de la uretra. Por tanto, no es necesaria una limpieza exhaustiva de estas zonas para evitar infecciones, simplemente con una higiene superficial del periné, prescindiendo de productos irritantes, se evitaran contaminaciones y excoriaciones derivadas de la irritación inducida por los restos de orina y heces. 

 

Lavarse las manos después de la defecación o la micción. La orina, en condiciones normales, es estéril, mientras que las heces contienen muchos microorganismos. Durante la defecación o la micción hay un momento en el que nuestras manos toman contacto con esta parte del cuerpo contaminada, por lo que, como medida higiénica, es necesario el lavado de manos después de la evacuación de heces u orina para evitar la contaminación. 
Como lavarse las manos

 

Controlar la toma de alimentos crudos o poco hechos. Algunos alimentos, como los vegetales, los huevos, las carnes o el pescado, pueden producir infecciones gastrointestinales (manifestadas con diarrea intensa y dolor abdominal), si durante su proceso de cocinado no han sido sometidos a temperaturas suficientemente altas para destruir los microorganismos. Se recomienda lavar con agua clorada los vegetales crudos antes de ingerirlos.  


 
Se recomienda
tener en cuenta todos los consejos generales, que permitirán adoptar medidas saludables en relación con la actividad de la vida diaria de: 

Evitar peligros y prevenir riesgos

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Comunicarse e interactuar socialmente
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Asegurar la intimidad. Debido a los aprendizajes culturales, las personas necesitan intimidad para relajar los esfínteres, que, bajo control voluntario, responden a los reflejos que desencadenan la micción y la defecación. Por el contrario, la falta de intimidad conlleva a la inhibición del reflejo, lo que interfiere en la respuesta fisiológica al retrasar la evacuación a otro momento, y esto favorece la absorción de agua de las heces, por lo que las heces resultan más consistentes.  

Se recomienda tener en cuenta todos los consejos generales, que permitirán adoptar medidas saludables en relación con la actividad de la vida diaria de: 

Comunicarse e interactuar socialmente

Trabajar y divertirse
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Mantener horarios regulares. Las evacuaciones intestinales o vesicales responden al reflejo gastrocólico generado por la distensión gástrica, producida, a su vez, por la ingesta de alimentos. Por tanto, hay una relación temporal entre la ingestión de alimentos y el deseo de defecar.

 

La relación con los otros y las prioridades de otras actividades contribuyen a que, en muchas ocasiones, se inhiba el reflejo y, por tanto, se posponga la micción y la defecación a otros momentos. Este retraso favorece la permanencia de las heces durante más tiempo en el intestino, lo que contribuye a una formación de heces más secas y a una mayor dificultad para expulsarlas. Para facilitar la defecación de las personas sin hábito intestinal regular, es aconsejable que dediquen y que respeten el momento más propicio, y que hagan coincidir la defecación después de una comida para aprovechar el reflejo gastrocólico.

 

 
Se recomienda tener en cuenta todos los consejos generales, que permitirán adoptar medidas saludables en relación con la actividad de la vida diaria de: 

Trabajar y divertirse

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Tópicos y conductas erróneas
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No es beneficioso beber mucha agua. Existe la falsa creencia, fomentada por la publicidad y los medios de comunicación, de que una ingesta abundante de agua contribuye a aumentar la eliminación renal de productos de desecho, además de ser beneficiosa para el riñón, la piel y la salud en general. Esta idea puede inducir a incrementar la ingesta de agua en personas con insuficiencia renal. En algunos casos, si la cantidad de agua ingerida sobrepasa la capacidad del riñón para excretarla, puede producirse una dilución excesiva del líquido extracelular (hiponatremia), con riesgo de graves trastornos neurológicos. Sólo se ha demostrado la bondad de beber más de dos litros al día para evitar la formación de cálculos renales en personas con predisposición a ello. No hay evidencias de que mejore la función renal, de que tenga efectos “limpiadores” en el riñón o las vías urinarias, o de que prevenga las infecciones urinarias.

 

El frío no provoca infecciones urinarias. La sensación de frío estimula la excitabilidad vesical y, por tanto, puede producir urgencia de micción. Dado que dicho síntoma es frecuente en las infecciones urinarias, se ha responsabilizado al frío como posible agente causal de las mismas. Esta creencia es absolutamente falsa, ya que cuando la sensación de frío cesa, la urgencia de micción también lo hace.

Sudar no elimina toxinas. El sudor se compone de agua, una escasa cantidad de sales minerales y urea. Sería necesaria una sudoración diaria de 180 litros para producir la misma eliminación de urea y otros productos de desecho que realizan unos riñones sanos, algo, a efectos prácticos, imposible de lograr. La sudoración sólo tiene una función termorreguladora, no depuradora. 

Respetar los ritmos de defecación. Como muchas cosas en biología, no se puede prefijar un patrón único de normalidad en la frecuencia de defecaciones, como por ejemplo una evacuación diaria, sino que hay cierta variabilidad individual. Se considera dentro de la normalidad hacer entre tres deposiciones al día y tres a la semana. Las características de las heces también son variables y están en relación con el tipo de alimentos que se ingieren y con otros factores. Se aconseja no interferir en cada patrón de defecación individual, siempre que el patrón y las características de las heces estén dentro de la normalidad, y no forzar a modificar la frecuencia haciendo uso de laxantes o fármacos astringentes para lograr el objetivo “único” de una evacuación diaria.  

Tomar diuréticos no adelgaza. El tratamiento con diuréticos se ha utilizado como estímulo inicial en muchas pautas de adelgazamiento, sin embargo no produce disminución de tejido graso y conlleva un riesgo elevado de efectos adversos, como la pérdida de potasio, la deshidratación y desequilibrios en la composición de electrolitos en la sangre.

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Última modificación: 11/11/21 11:02h

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